Amaneció una mañana espléndida. Cielo azul, despejado y limpio. Madrugar para el inicio de la actividad nos regaló ese aire fresco que parecía acariciar nuestro rostro, y nuestros brazos, simulando un zalamero gesto. Ponferrada, Bembibre y León fueron las paradas dispuestas para llenar las tripas del autobús con un buen número de compañeros y amigos de nuestra Asociación Mineralógica; Aragonito Azul. Una jornada festiva y cultural bien organizada que dio comienzo, en realidad, con la parada inicial en Boñar para estirar las piernas, tomarnos un café y afrontar nuestro objetivo. El grupo estaba pletórico de animosidad. Apenas nos quedaban veinte kilómetros para Sabero y nuestro primer destino: el Museo de la Siderurgia y la Minería de Castilla y León.
Puntuales y sin incidencias fuimos recibidos a las puertas del Museo por Roberto Fernández, director del Museo y Manuel Cañón, titular de la exposición temporal “Minerales de León. Un tesoro invisible”. Un detalle significativo para con nuestra Asociación que no nos pasó inadvertido, no sólo porque era domingo, sino también por el cariño y la atención que ambos mostraron.
Roberto Fernández, director del museo y Manuel Cañón, recibiendo al grupo de Aragonito Azul |
Manuel Cañón nos presentó, con la humildad innata de quien sabe mucho más de lo que dice, más de un centenar de minerales recogidos en varias minas de la provincia de León. Un enamorado de las piedras que nos transmitió su amor, su buen hacer y varias pinceladas de su conocimiento sobre minerales.
Originales bidones y cúpulas para exponer las piezas |
A continuación, con el buen sabor de boca que nos dejó Manuel Cañón, y a la entrada de las impresionantes instalaciones del Museo, se presentó nuestra guía para acompañarnos en un recorrido maquiavélico por la historia de la siderurgia y la minería en el valle y la comunidad autónoma.
La guía es autóctona de Sabero y nos regaló anécdotas de la historia de estas instalaciones. |
Las instalaciones, es importante decirlo, están ubicadas en un edificio conocido como Ferrería de San Blas, allí en Sabero. Una imponente nave de ladrillo, de singular arquitectura neogótica, que albergó la lonja de laminación de la primera Ferrería de España que funcionó con carbón, a mediados del siglo XIX, y que está declarada Bien de Interés Cultural.
Maqueta de la zona con localización de las minas. |
Muy atentos a la guía |
Hombres de fuego, se jugaban la vida por unas míseras pesetas para tratar de quemar el grisú en las minas |
Centrados y disfrutando del dulce almíbar de la visita no pudimos abstenernos de hacer una foto grupal bajo los restos de las instalaciones, a pesar de interrumpir a la guía que se ofreció encantada a fotografiarnos.
Casi dos horas más tarde dimos por finalizada la visita al Museo, tras el paso por el área de farmacia, la botica y otros enseres del hospitalillo de aquel entonces, que provocó algún respingo nervioso.
Botica |
También tuvimos oportunidad de echar un vistazo al conjunto de lámparas mineras expuestas y al local destinado, en la actualidad, a biblioteca. Muy animados, a pesar del calor del mediodía, teníamos otro objetivo en mente que no dudamos en acometer. El autobús nos acercó, apenas un kilómetro, a la pedanía de Sahelices de Sabero. Desde allí estaba programada la aproximación a la Cueva de Valdelajo.
Camino a la cueva de Valdelajo, Sahelices, Sabero, León |
Los treinta y tantos grados de temperatura y el sol de justicia no frenaron, en absoluto, la decisión de los compañeros en acometer el empinado camino de acceso. Dos turnos de entrada. Visitas ordenadas compatibles con el lógico grado de protección que se exige para preservar una joya como ésta.
Descubierta casualmente en 1999. Un auténtico lujo ante nuestros ojos. La sensación es difícil de explicar. Yo pensé en la imposibilidad de detener el tiempo, en que en mi cerebro no existe un reloj con ese ritmo biológico.
Ante mi retina apareció el asombro. Sus dimensiones son pequeñas, pero alberga tal número de formaciones calcáreas que no parece creíble. Todo ello entre el silencio y la humedad de una cavidad oculta, a lo largo de miles de años, en un consenso perfecto entre el agua y la roca. Todo ello hace que uno se sienta insignificante.
Rocas que hablan y son interpretadas por profesionales como el que nos acompañó. Belleza infinita que se ha ido formando con la delicadeza y la paciencia del paso del tiempo, un tiempo que ahí abajo deja de ser efímero.
El regreso era propicio para la charla. La jornada había sido completa. La sed nos hizo valientes y no dudamos en saciarla alargando el paseo hasta el mismísimo Sabero. No se notaba el cansancio. La satisfacción estaba a flor de piel. El autobús nos esperaba, poco después, para desandar lo andado… porque al final, cuando algo acaba, lo único que importa es lo que has hecho.
Gracias, Aragonito Azul.
Jose Sanchez Sereno.
Así son las cosas y así se las hemos contado
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