jueves, 22 de diciembre de 2022

AGRADECIMIENTOS Y RELATO DE MIGUEL NOMBELA BLÁZQUEZ GANADOR DEL IV CERTAMEN NACIONAL LITERARIO DE RELATOS CORTOS SOBRE LA MINERIA DEL CARBÓN 2022 "VIDAS DE CARBÓN"


Miguel Nombela Blázquez 


Hola a tod@s:

El pasado domingo 18 de diciembre la Asociación Aragonito Azul decidió otorgarme, por razones misteriosas que escapan a mi entendimiento, un premio literario nacido de las entrañas de la mina y los corazones de los mineros. No sé si seré capaz de expresar en unas pocas palabras la enorme sensación de alegría que sentí durante toda la jornada; no me parece posible describir con precisión la belleza inenarrable del entorno de la comarca donde está enmarcada la mina Canalina; no creo que basten cuatro adjetivos para definir el cariño que nos dedicaron los miembros de la Asociación, sobre todo Juan Manuel, su presidente, y Jose, colmándonos de atenciones antes, durante y después de la entrega de premios; tampoco me veo competente para contar con eficacia todas las sensaciones vividas a lo largo de la jornada: la sensibilidad de un trovador entregado, las palabras de los poetas, la contundencia de los manjares del Bierzo…

Así que solo os daré las gracias a todos, con el deseo de que la Asociación siga adelante con muchos más proyectos que hagan visible la comarca y la vida del minero, y esperando haber podido aportar mi pequeño granito de aragonito azul.

Un abrazo.


RELATO GANADOR  DEL IV CERTAMEN NACIONAL DE REALTOS CORTOS SOBRE LA MINERÍA DEL CARBÓN 2022/ VIDAS DE CARBÓN


"LA PENÚLTIMA ESTACIÓN"

Me parece que ahora sí. Estoy segura. Se acerca el tren con su traqueteo pedregoso, y mis pensamientos comienzan a rodar por las vías oxidadas, hierro inútil si no fuera por las manos poderosas que sacaron de las entrañas de la tierra el balastro donde reposan, sosteniendo el tren como un lecho elástico. Mis manos, en cambio, son pequeñas y huesudas. Sujetan el bolso con tanta fuerza que se han vuelto blancas como una postal de invierno. No sé por qué esta estúpida manía de agarrarlo como si se fuera a escapar.

Acaricio mi colgante con la mirada quieta, mi pedacito de oro de beta adherido a la piedra de granito que Elpidio me mandó en un sobre, junto a una cuartilla en la que apenas juntaba cuatro letras grandes y redondas para decirme que me quería, que volvería lo antes posible para estar conmigo. Cómo apretaba la piedra a mi pecho la primera noche, qué beta verdadera e infinita abrió en mi corazón aquel trocito de papel. Ahora la sujeto entre mis dedos y la noto desgastada y rota, como mi vida, como este banco viejo, no sé si tan viejo como yo. Me pregunto por qué hay gente que se sienta en estos bancos tan fríos e incómodos durante horas. Suelen tener también la mirada muy quieta. Quizá piensen cosas sin sentido. O no piensen nada. O quizá estén solas, como yo.

Ese reloj está parado, alguien debería haberse dado cuenta. Jesús. Un reloj parado en una estación de tren. Y ni pinta tiene de que haya un operario cerca. Deberían saber que aquí el tiempo es importante. Aquí se espera junto al tiempo. No hay nada más que hacer.

Noto un airecillo juguetón que desordena mis cabellos teñidos. Elpidio siempre dice que deje de pintarme el pelo, que los tintes se componen en una proporción alta de tolueno, generado a partir de petróleo crudo. Jesús lo que sabe este hombre. Me da igual lo que diga. Quiero estar guapa para cuando él llegue. Aquel día me prometió en su cartita que vendría para quedarse conmigo, y yo le creí entonces, y le sigo creyendo ahora. Siempre he confiado en él. Siempre. Algunas me llaman vieja loca o me miran como si fuera un perro extraviado. No saben nada, no conocen lo que es la ilusión. La ilusión no sabe de esperas. La ilusión dura siempre. Se lo tengo dicho a Natalia, pero ella dale que te pego con lo de la silicosis. A veces pienso que esta hija mía no quiere que sea feliz, si no, no es posible.

Hace ya un rato que oí el tren. No sé por qué tarda tanto.

Siento que detrás del viento solo me acaricia el silencio. Elpidio también me ha contado que la mina es sobre todo eso: silencio y oscuridad. Y humedad. La bocamina, me dice, es la entrada a un territorio olvidado y lúgubre donde el polvo de sílice le llena a uno los pulmones de enfermedad, y los riñones se hacen gravilla, entregados a horas y horas de espalar carbón. O lo que toque.

¿Y qué pasa con los que estamos fuera, Elpidio? ¿Qué pasa con el silencio que cada noche siento rondando la casa, en los techos, en las ventanas, contra los dinteles? ¿Y la oscuridad espantosa que me persigue caminando en círculos concéntricos, que me asfixia y me aprieta las sienes?

Vaya. Ahora se me amontonan lágrimas en los ojos y estoy poniendo perdido el vestido azul que me regaló mi hija. Por Dios, qué tonta estoy. No sé qué me pasa.

Ese cartel está torcido. Torcido y oxidado. Apenas se distingue el nombre de la estación. Cuántos pasajeros, tal vez Elpidio también, se habrán saltado la parada. Parece que aquí no cuidan nada.

Me he levantado un momento para acercarme al borde del andén y ver mejor a lo lejos. No distingo ningún tren. Solo las vías engullidas por el horizonte.

Estoy derrotada. Me dejo caer en el banco con todo mi peso y un cansancio de siglos. Siento un deseo irresistible de dormir. Apoyo mi cabeza y cierro los ojos. Mi mente busca inquieta en algún lugar de la memoria. Antes de quedarme dormida escucho la voz templada de Alipio asomado a la ventanilla del vagón, gritándome palabras que se confunden con los sonidos de la máquina acercándose.

Por allí viene el tren, estoy segura.

Hoy sí.



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