Una vez pasados los efluvios y la embriaguez, y ya reposados
los posos de los actos del I Certamen de Relatos Cortos, que en esta primera (y
esperemos que no última) ocasión trataba sobre la Minería del Carbón y que ha
resultado tan exitoso; tanto por la gran participación como por la calidad de
los mismos, queremos reiterar nuestro agradecimiento a todos los participantes,
a los miembros del jurado que generosamente se ofrecieron para esta nuestra
primera incursión literaria y a todos los que han colaborado de alguna manera
en esta aventura. Dos de los miembros del jurado: José Luis Rodríguez Souto y
José Sánchez Sereno, se han prestado a contarnos su vivencia y gustosamente la
insertamos como prólogo en esta entrada de nuestro blog. Bien podría formar
parte de un relato ganador de cualquier concurso literario, tanto por su verbo
fácil como por su descripción y entusiasmo en transmitirnos de principio a fin
los hechos acaecidos desde el primer día de nacimiento hasta el desenlace final
de este certamen de Relatos Cortos. Agradecemos como se merece su colaboración
y deseamos y mantenemos intactos nuestro entusiasmo e ilusión en seguir con este proyecto en años
venideros.
Nos agradaría poder editar en un libro del relato ganador
para su publicación, pero nuestros medios aunque son grandiosos en voluntad,
iniciativa y apertura a todo tipo de sugerencias; desgraciadamente no lo son
económicamente, por lo que nos
conformaremos con plasmarlo en nuestro blog para disfrute de todos aquellos que
por interés o por casualidad naveguen por este amplio mar de Internet y recalen
en nuestra humilde caleta.
Han sido muchas e interesantes jornadas, siempre en armonía y buena compañía.
MINERALES Y PALABRAS
José Luis
Rodríguez Souto y José Sánchez Sereno.
Ha
sido una aventura apasionante. El final de la misma se convierte en un
principio. Se respira una atmósfera de plenitud. Un soplo de alegría danza
entre todos los que han colaborado en el proyecto. Se han alcanzado los
objetivos. Hay una gran satisfacción por el conjunto de relatos presentados.
Todos han participado con ilusión y esfuerzo, contribuyendo con su aportación
al éxito del concurso. Su recompensa está en el placer que habrán sentido
escribiendo cada uno de los treinta y tres trabajos. Nos han enriquecido con su
lectura. Sólo podíamos premiar a tres, pero todas las historias nos han
llegado, mostrándonos con sus palabras
el mundo de la minería, y con él, una parte de sí mismos, logrando
emocionarnos. Por ello, pueden considerarse todos los participantes, desde
nuestra mente y nuestro corazón, escritores laureados.
La
andadura comenzó con una ráfaga de luz que iluminó un sueño, y los sueños son
para quien los trabaja. El destello inicial fue creciendo. La idea germinó en
el seno de la Asociación Mineralógica Aragonito Azul, integrada por personas
que trabajan por amor a su afición, desinteresadamente. Descubren tesoros ocultos, testigos que preservan el paso del
tiempo. Ellos consiguen que nos hablen, que nos contagien la sabiduría que
almacenan. Con la magia de su esfuerzo logran que las rocas pierdan la mudez y
nos transmitan el conocimiento acumulado. Con esa habilidad y la entrega
entusiasta con la que cuentan, alumbraron el I Certamen Nacional de Relatos
Cortos “La Minería del Carbón”.
Cincelado
por la tenacidad y la ilusión, el sueño fue tomando forma hasta convertirse en
una realidad. El esfuerzo poco importa cuando crees en algo y ese algo genera
entusiasmo, contribuye a dinamizar una comarca, ayuda a conocer mejor nuestra
historia y el entorno natural que conforma nuestro ser.
El
tema elegido, la minería del carbón, es sangre de nuestra tierra, una parte
apreciable de lo que somos. A nadie deja indiferente. Hay que indagar sobre
ella, iluminar de alguna forma su negrura. Y qué mejor arma que la literatura
para explicar esa realidad, que a través de la narrativa de ficción nos revela
aspectos invisibles a los ojos.
El
segundo peldaño para completar el proyecto es la publicación de las bases del
concurso. En su filosofía late el amor por esta comarca, fundiendo dos
pasiones: las palabras y los minerales. Se abre el plazo para la presentación
de los relatos. Arriba el telón. La incertidumbre por el éxito de la empresa se
difumina en la esperanza de que el concurso tenga una buena acogida y participen
bastantes narradores.
Los
trabajos van llegando, primero en un lento goteo y poco a poco de forma más
acelerada, hasta que en los días próximos a la fecha límite se convierten en
ilusionante aluvión. Los relatos presentados a concurso desgranan un cúmulo de
hechos, personajes y emociones que nos impregnan con el espíritu de la minería
del carbón y la humanidad de las gentes que han unido su vida a ella. A través
de las diversas historias nos muestran: La cara oculta de la minería que nos
descubre héroes anónimos en la oscuridad, bajo toneladas de tierra,
sobreponiéndose a penurias y accidentes. Muertos que han dejado su luz en la
memoria de los vivos. Personas que eran de otra pasta enmascarando en su dureza
el amor hacia los suyos. La angustia ante la ausencia de futuro que puede
conducir a soluciones extremas. El humor y la imaginación descubren, iluminados
por lazos de compañerismo, diamantes en las minas de carbón. Un adiós y hasta
nunca a la negrura desde la libertad y la luz del exterior. Las mujeres mineras
entregadas también al trabajo en la
mina, superando el miedo encomendadas a su patrona. El minero desorientado,
inservible, ya sin su trabajo, amante a pesar de todo de su oficio, pero que es
un ídolo en los ojos de su hija. El retrato de las delirantes condiciones que
sufren los que son reprimidos, en la lucha para reivindicar sus derechos. Los
que caminan un día y otro día, como negras rocas inaccesibles al desaliento, en
su ida y vuelta al tajo. La memoria del abuelo perpetuada por su nieta. Y el
negro, el negro invadiéndolo todo, preñando el aire y las almas de dolor y de
esperanza, para trazar el camino hacia un futuro mejor.
Este
conjunto de textos destila una gran calidad y sentimiento, resulta
increíblemente rico y sustancioso, haciendo muy difícil el trabajo de
calificación, pero el esfuerzo en la lectura y la valoración adecuada de cada
uno de los relatos, poco es comparado con el que han realizado sus autores para
crearlos. Eso disipa cualquier rastro de cansancio y se realiza la necesaria y
rigurosa selección, alcanzando tras una intensa deliberación el consenso sobre
los relatos premiados.
Una
vez conocidos los nombres de los ganadores del concurso, el resultado tiene
repercusión en los medios de comunicación locales y provinciales. A la calidad
literaria de los relatos galardonados se une la gran humanidad de sus autores.
El acierto conseguido produce satisfacción entre los miembros de Aragonito
Azul. Les anima a continuar con su actividad y en la mente de todos aletea ya
el pensamiento de la convocatoria del II Certamen. Ahora sólo queda el trabajo
más gratificante: la jornada de entrega de premios, programada para el día
dieciséis de diciembre, en un hermoso lugar, emblemático y muy querido por la
organización.
El
día amanece gris y las previsiones son de lluvia, pero en el desplazamiento
hacia el punto de encuentro, en las inmediaciones de la estación de autobuses
de Bembibre, el cielo se abre en un azul luminoso y las nubes son por el
momento sólo una corona laureada sobre las montañas. En el lugar de la cita,
hay ya un grupo de gente, reunido en torno a los miembros de Aragonito Azul.
Algunos ataviados de pastores y pastoras; otras personas lucen sobre sus
cabezas simpáticos cuernos de míticos renos, impresionantes testas de osos,
rojiblancos gorros navideños de largas trenzas; incluso hay una mujer duende
que se desplaza entre todos con halo de misterio, vestida del verde bosque y
coronada por un puntiagudo gorro cónico que parece ribeteado por un aura
extraña, como una nube de finísimas partículas acuosas, multicolores.
Después
del intercambio de saludos, tras un breve trayecto en coche hasta el pueblo de
Arlanza, caminamos en fila, siguiendo al guía, por un sendero que parte de las
últimas casas del pueblo, y bordeando una acequia natural, nos conduce,
acompañados por el sonido del agua, a través de prados de un verdor exultante,
aún perlados por las gotas del rocío, hasta el bosque de Labaniego. Nuestros
pies reciben agradecidos el contacto de la tierra que rezuma humedad, almohadillada
de hojas, y nuestros pasos nos llevan muy rápido hasta los primeros árboles.
Desde entonces, el camino se convierte en un trayecto encantado, que penetra en
el bosque sin herirlo. Lo recorremos admirando la masa de robles, encinas y
algún castaño, profundamente seducidos por la inmensa belleza de la naturaleza
que nos envuelve, que asimilamos con sumo cuidado, como si la acariciásemos,
para retener las impresiones en la eterna memoria de nuestros sentidos.
Nos
deslumbra la paleta de mágicos colores, con los dorados del otoño que prolonga
su retirada, el abanico de tonalidades de los verdes y marrones, entre los que
despunta el gris del invierno, salpicado por el rojo de la rosa mosqueta y
algunos islotes amarillos que afloran cerca de los bordes del sendero.
Aspiramos el aroma a tierra húmeda, mezclado con el ácido efluvio de las hojas
fermentadas en el suelo y el acre olor denso a madera añeja y viva. Nos
acompaña el canto del invisible pájaro, solista virtuoso, acompañado por la
sinfonía susurrante del río Noceda y el murmullo de la brisa agitando las
ramas. Los troncos esbeltos de los árboles, son abrazados por musgos y
líquenes, que ondean como cabellos sedosos y resplandecientes. La alfombra de
hojas cada vez más mullida, recibe acogedora nuestros pasos, que se hunden en
ella igual que nuestro espíritu se funde con el entorno, subyugado por tanta
belleza. La retama se abre en algunos claros, y nos sorprenden pequeñas laderas
escalonadas de piedras musgosas, que desembocan luego en tupidas zonas de
troncos estrechos, fibrosos, como una frontera invisible hacia el espacio de la
magia, que no invadimos, temerosos y prudentes, por seguir la senda, pero que
sin duda existe, ahí, en la penumbra, anclada en el pasado que se hace
presente, guardando los secretos del tiempo en esa otra realidad.
Con
algo más de la mitad del trayecto andado, comienza la lluvia, con ligero sonido
al principio como tenues lágrimas del cielo, para hacerse luego más y más
espesa. Cuando llegamos a las ruinas del antiguo monasterio de San Fructuoso,
el aguacero es tan intenso, que el aire es una cortina de niebla densa y
acuosa, difuminando la imagen de los muros de piedra, que aún escasos y en
ruinas resisten orgullosos, heridos pero no muertos, mudos testigos de su
antiguo esplendor, pero la naturaleza avanza inexorable, y los cubre de maleza,
incluso, en medio de una de las vallas de piedras, crece un árbol.
Terminamos
la travesía, empapados de agua y sensaciones, en la bocamina “La Canalina”. En
la gruta, a pesar de la intensa lluvia o quizá también por ella, disfrutamos de la contemplación del original
y artístico Belén y rendimos culto a Santa Bárbara, apretujados en la cavidad o
cobijados bajo los paraguas, compartimos sonrisas, ligeros lamentos por el
tiempo inclemente y posamos para las fotografías. Se estrechan entre los
asistentes los lazos de amistad y camaradería. Los organizadores, dadas las
anómalas condiciones meteorológicas, han decidido que nos traslademos a la
“Casa del Pueblo” de Labaniego, donde nos refugiamos y cómodamente instalados
asistimos al acto de la entrega de
premios del concurso.
El
presidente de la organización da la bienvenida y es tan habilidoso en el manejo
de las palabras, como a buen seguro lo será en el de las rocas. Agradece a los
presentes la asistencia al acto, la participación de los que han concurrido al
certamen y la labor del jurado. Se muestra satisfecho por la cantidad de gente
que hemos asistido, a pesar de coincidir el horario con la manifestación que se
realiza en Ponferrada por el futuro de la comarca, pero reivindica con total
fundamento que lo que hacemos hoy aquí es otra forma de protesta, de afianzar
nuestro patrimonio, apostando por el futuro con una de las mejores armas: la
cultura. Fruto de esta iniciativa quedará reflejada para toda la vida en estos
relatos parte de la historia de la minería. En su mente y en el ánimo de toda
la Asociación está el realizar esta actividad en años sucesivos, continuando
con el Certamen. Lanza al aire demandas de ayuda a las instituciones y a quien
quiera hacerse eco, para conseguir esto, y para hacerse con una imagen de Santa
Bárbara, aunque sea en madera para poder llevarla cuando se realice la ruta.
Además de pedir ayuda, ofrece la colaboración de la Asociación Aragonito, que
como siempre, está dispuesta a prestarse para cualquier actividad que le
propongan y en su mano esté.
Se
realiza un sorteo entre los números de los tiques que todos hemos adquirido
para la comida, cuyo importe será destinado a sufragar los gastos de esta y el
sobrante se donará a la Asociación Española Contra el Cáncer. Los premios del
sorteo son unas pequeñas esculturas de piedras, rocas o minerales, como mejor
gustemos en llamarles, aunque no está mal denominarlas piedras, según dice, ya
que a ellos les llaman “piedrolos”.
Otro
miembro de la Asociación da lectura al acta del jurado que refleja el resultado
del Certamen. Se realiza la entrega de los tres primeros premios y de los diplomas a los participantes presentes en
el acto, que como dice el presidente de Aragonito Azul, con palabras cargadas
de razón, a su juicio, son todos ganadores. Y como colofón, el presidente del
jurado, Eduardo Keudell, lee emocionado y de forma emotiva, el relato ganador:
“Negro”, envolviéndonos a todos, durante unos minutos, en la magia del texto,
logrando comunicarnos todo el sentido y las sensaciones del mismo, terminando
su lectura con un espontáneo: ¡muy bueno! que todos celebramos con un
contundente y prolongado aplauso liberando la emoción contenida en el ambiente.
Terminado
el acto, mientras los asistentes se unen en saludos y felicitaciones,
abandono el salón. Son cerca de las dos
de la tarde, pero la lluvia tiñe el día de una densa oscuridad, gruesas gotas
repiquetean en las pizarras de los tejados y el velo de agua se desliza
mansamente por la piedra de las casas y la pendiente de las calles. En lo alto
de la escalera exterior de piedra, que desciende desde la puerta del salón
hasta la calle, cuando me dispongo a abrir el paraguas, de repente un relámpago
esmeralda rasga la negrura del aguacero, ascendiendo desde el bosque, en la
ladera del monte que linda con las casas, hasta el cielo tupido de gris. En el
lugar de donde partió el fulgurante destello, veo aparecer a la duende verde,
saliendo de la fronda boscosa, que desciende muy despacio la pendiente, con los
brazos ligeramente separados del cuerpo, rozando con sus dedos las ramas y las
rocas que sobresalen de la tierra. Pasa a mi lado ensimismada, sin verme,
murmurando con sus labios una letanía ininteligible, y se pierde calle abajo
entre las casas del pueblo. De inmediato la lluvia cesa y en el lugar donde el
relámpago tocó el cielo se abre un claro azulado, que se extiende en pocos
segundos hasta cubrir todo el valle de un azul brillante y transparente, iluminado
por un sol espléndido. Comienza a salir la gente del salón y comentan
sorprendidos y contentos el giro repentino, que contra toda previsión ha dado
el tiempo. Ha quedado un día maravilloso, primaveral.
El
numeroso grupo de los asistentes, nos repartimos entre la calle, donde es un
gran placer disfrutar los rayos de sol, y en la parte baja de la casa del
pueblo, en la cual, poco a poco, todos vamos entrando. Hay un aroma a comida,
entrañable, nutriente, que nos remonta a
celebraciones familiares. El cocinero y pedáneo del pueblo, que realiza una
encomiable labor para rehabilitarlo, como maestro de ceremonias da los últimos
toques a la gran paella y se respira un agradable clima de charla, risas,
saludos y aunque dada la hora, el apetito apremia, con toda tranquilidad
esperamos turno para ir recogiendo los generosos platos de paella, sabrosísima.
Y en este abigarrado salón, mientras comemos, charlamos y sonreímos, formamos
un todo armonioso, que como si de un organismo único se tratara, percibe de
forma nítida, que la felicidad existe y hay instantes como este en los que se
hace corpórea y quedan para siempre impresos en nuestra memoria.
Después
de la comida, con los estómagos satisfechos, aún hay hueco para un
reconfortante café, que espanta la sombra de la siesta y hasta para la
queimada, hecha con todos los honores del “conxuro”, disfrutada por nuestros
paladares agradecidos, entre anécdotas, un poema y cuentos espontáneos, que
llenos de humor y amistad, despiden de forma imborrable una maravillosa e intensa
jornada.
Abandonamos
el pueblo de Labaniego y ya en la carretera, la mirada se pierde a lo lejos en
el hermoso horizonte teñido de crepúsculo, donde aún ondea el azul de la tarde
orlado por nubes rojizas de formas caprichosas, iluminadas por los rayos
dorados que irradia el sol desde detrás de las montañas, prolongando la
despedida de un día tan magnífico. Se expande en nuestro espíritu un poso de
tristeza por el final de la aventura, pero se desvanece pronto pensando en la
próxima. El tiempo seguirá rodando imparable y ya no estaremos quizá los
mismos. El certamen se hará mayor, irá creciendo, y en el centro, la Asociación
continuará inmersa en su labor callada,
por “entretenerse”, como dijo el ganador del primer premio, cuando le
preguntaron en una entrevista por la tarea de varios años componiendo los
mosaicos romanos que exponía: ¡menudo entretenimiento!
La
Asociación Mineralógica Aragonito Azul sustenta esa generosidad de dar y la
gratitud de recibir, cultivando los bienes más valiosos e imperecederos: la
cultura, el arte y la amistad. Abonados por la humildad, hacen algo distinto,
que cala en la gente, sostiene nuestra tierra, y alimenta la esperanza de que
el mundo y nosotros mismos seamos un poco mejores. Así a veces, como ha
ocurrido con este proyecto los sueños se
hacen realidad.
NEGRO
Allí, como en otros lugares del
Bierzo, se vivía de la antracita que se extraía de las
minas, y lógico es, que el destino de
una cuenca transitara unido irremediablemente
al negro. El cantar de los martillos
neumáticos, el ajetreo de los lavaderos, las
montañas de carbón eran, la vida
diaria, el emblema del pueblo.
Las infancias transcurrían entre
estufas negras que caldeaban las escuelas,
manchas de tinta, dictados interminables
en los que irremediablemente surgía lo
minero y pizarrones negros en los que
se copiaban mil veces seguidas…carbón se
escribe con be, hulla con hache,
vagoneta con uve…y por mucho que se empeñaran
en las Primeras Comuniones en
vestirlos de blanco los sueños de un niño se
limitaban a un papel de estraza y a un
carboncillo para pintar sobre los cielos pardos
del papel extraños arco iris negros.
Las viviendas encaladas por el polvo
negro del carbón estaban rodeadas por
escombreras en las que las vagonetas
tiradas por mulas vertían el estéril de los
transversales y las guías. Las laderas
estaban sembradas de pequeñas minas de
montaña, de chimeneas de ventilación
caladas al exterior, de pozos planos por los
cuales se bajaba en carruchas, la
madera de entibar y se subían las vagonetas
cargadas de antracita brillante. Las
aguas bajaban negras.
Madre vestía de negro y de noche, casi
a juego con aquella cocina que mantenía
encendida a base de recogedores
colmados de antracita. En ella preparaba las
sopas que padre desayunaba antes de
salir para el tajo, y de tiempo en tiempo le
pasaba la piedra puliéndola con
esmero. Vestía de negro por su padre, mi abuelo,
que se había ido con los pulmones
carcomidos por la muerte negra, como le
llamaban algunos, la cual lo fue
sumiendo en una lenta asfixia hasta que casi
voluntariamente dejó de respirar para
evitar aquel continuo sufrimiento.
A padre el carbón le corría por las
venas y le marcaba la piel con cicatrices y
recuerdos. El negro se alojaba en las
heridas, en las entrañas, en los poros, y ya no
había estropajo alguno que pudiera
sacarlo de allí dentro. Menudo e inquieto, padre
llevaba la rampa y el testero tatuados
en su cuerpo, en ese cuerpo que un día acabó
aplastado bajo aquel costero que
rompiendo bastidores y puntalas cayó sobre él
para cubrirlo con el más oscuro de los
negros.
Así son las cosas y así se las hemos contado
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