jueves, 16 de mayo de 2019

GANADOR DEL I CERTAMEN NACIONAL DE RELATOS CORTOS "LA MINERÍA DEL CARBÓN" BEMBIBRE, LEÓN



Una vez pasados los efluvios y la embriaguez, y ya reposados los posos de los actos del I Certamen de Relatos Cortos, que en esta primera (y esperemos que no última) ocasión trataba sobre la Minería del Carbón y que ha resultado tan exitoso; tanto por la gran participación como por la calidad de los mismos, queremos reiterar nuestro agradecimiento a todos los participantes, a los miembros del jurado que generosamente se ofrecieron para esta nuestra primera incursión literaria y a todos los que han colaborado de alguna manera en esta aventura. Dos de los miembros del jurado: José Luis Rodríguez Souto y José Sánchez Sereno, se han prestado a contarnos su vivencia y gustosamente la insertamos como prólogo en esta entrada de nuestro blog. Bien podría formar parte de un relato ganador de cualquier concurso literario, tanto por su verbo fácil como por su descripción y entusiasmo en transmitirnos de principio a fin los hechos acaecidos desde el primer día de nacimiento hasta el desenlace final de este certamen de Relatos Cortos. Agradecemos como se merece su colaboración y deseamos y mantenemos intactos nuestro entusiasmo e  ilusión en seguir con este proyecto en años venideros. 

Nos agradaría poder editar en un libro del relato ganador para su publicación, pero nuestros medios aunque son grandiosos en voluntad, iniciativa y apertura a todo tipo de sugerencias; desgraciadamente no lo son económicamente,  por lo que nos conformaremos con plasmarlo en nuestro blog para disfrute de todos aquellos que por interés o por casualidad naveguen por este amplio mar de Internet y recalen en nuestra humilde caleta.

Han sido muchas e interesantes jornadas,  siempre en armonía y buena compañía.

           
MINERALES Y PALABRAS
José Luis Rodríguez Souto y José Sánchez Sereno.

Ha sido una aventura apasionante. El final de la misma se convierte en un principio. Se respira una atmósfera de plenitud. Un soplo de alegría danza entre todos los que han colaborado en el proyecto. Se han alcanzado los objetivos. Hay una gran satisfacción por el conjunto de relatos presentados. Todos han participado con ilusión y esfuerzo, contribuyendo con su aportación al éxito del concurso. Su recompensa está en el placer que habrán sentido escribiendo cada uno de los treinta y tres trabajos. Nos han enriquecido con su lectura. Sólo podíamos premiar a tres, pero todas las historias nos han llegado,  mostrándonos con sus palabras el mundo de la minería, y con él, una parte de sí mismos, logrando emocionarnos. Por ello, pueden considerarse todos los participantes, desde nuestra mente y nuestro corazón, escritores laureados.
La andadura comenzó con una ráfaga de luz que iluminó un sueño, y los sueños son para quien los trabaja. El destello inicial fue creciendo. La idea germinó en el seno de la Asociación Mineralógica Aragonito Azul, integrada por personas que trabajan por amor a su afición, desinteresadamente. Descubren tesoros  ocultos, testigos que preservan el paso del tiempo. Ellos consiguen que nos hablen, que nos contagien la sabiduría que almacenan. Con la magia de su esfuerzo logran que las rocas pierdan la mudez y nos transmitan el conocimiento acumulado. Con esa habilidad y la entrega entusiasta con la que cuentan, alumbraron el I Certamen Nacional de Relatos Cortos “La Minería del Carbón”.
Cincelado por la tenacidad y la ilusión, el sueño fue tomando forma hasta convertirse en una realidad. El esfuerzo poco importa cuando crees en algo y ese algo genera entusiasmo, contribuye a dinamizar una comarca, ayuda a conocer mejor nuestra historia y el entorno natural que conforma nuestro ser.
El tema elegido, la minería del carbón, es sangre de nuestra tierra, una parte apreciable de lo que somos. A nadie deja indiferente. Hay que indagar sobre ella, iluminar de alguna forma su negrura. Y qué mejor arma que la literatura para explicar esa realidad, que a través de la narrativa de ficción nos revela aspectos invisibles a los ojos.
El segundo peldaño para completar el proyecto es la publicación de las bases del concurso. En su filosofía late el amor por esta comarca, fundiendo dos pasiones: las palabras y los minerales. Se abre el plazo para la presentación de los relatos. Arriba el telón. La incertidumbre por el éxito de la empresa se difumina en la esperanza de que el concurso tenga una buena acogida y participen bastantes narradores.
Los trabajos van llegando, primero en un lento goteo y poco a poco de forma más acelerada, hasta que en los días próximos a la fecha límite se convierten en ilusionante aluvión. Los relatos presentados a concurso desgranan un cúmulo de hechos, personajes y emociones que nos impregnan con el espíritu de la minería del carbón y la humanidad de las gentes que han unido su vida a ella. A través de las diversas historias nos muestran: La cara oculta de la minería que nos descubre héroes anónimos en la oscuridad, bajo toneladas de tierra, sobreponiéndose a penurias y accidentes. Muertos que han dejado su luz en la memoria de los vivos. Personas que eran de otra pasta enmascarando en su dureza el amor hacia los suyos. La angustia ante la ausencia de futuro que puede conducir a soluciones extremas. El humor y la imaginación descubren, iluminados por lazos de compañerismo, diamantes en las minas de carbón. Un adiós y hasta nunca a la negrura desde la libertad y la luz del exterior. Las mujeres mineras entregadas  también al trabajo en la mina, superando el miedo encomendadas a su patrona. El minero desorientado, inservible, ya sin su trabajo, amante a pesar de todo de su oficio, pero que es un ídolo en los ojos de su hija. El retrato de las delirantes condiciones que sufren los que son reprimidos, en la lucha para reivindicar sus derechos. Los que caminan un día y otro día, como negras rocas inaccesibles al desaliento, en su ida y vuelta al tajo. La memoria del abuelo perpetuada por su nieta. Y el negro, el negro invadiéndolo todo, preñando el aire y las almas de dolor y de esperanza, para trazar el camino hacia un futuro mejor.
Este conjunto de textos destila una gran calidad y sentimiento, resulta increíblemente rico y sustancioso, haciendo muy difícil el trabajo de calificación, pero el esfuerzo en la lectura y la valoración adecuada de cada uno de los relatos, poco es comparado con el que han realizado sus autores para crearlos. Eso disipa cualquier rastro de cansancio y se realiza la necesaria y rigurosa selección, alcanzando tras una intensa deliberación el consenso sobre los relatos premiados.  
Una vez conocidos los nombres de los ganadores del concurso, el resultado tiene repercusión en los medios de comunicación locales y provinciales. A la calidad literaria de los relatos galardonados se une la gran humanidad de sus autores. El acierto conseguido produce satisfacción entre los miembros de Aragonito Azul. Les anima a continuar con su actividad y en la mente de todos aletea ya el pensamiento de la convocatoria del II Certamen. Ahora sólo queda el trabajo más gratificante: la jornada de entrega de premios, programada para el día dieciséis de diciembre, en un hermoso lugar, emblemático y muy querido por la organización.
El día amanece gris y las previsiones son de lluvia, pero en el desplazamiento hacia el punto de encuentro, en las inmediaciones de la estación de autobuses de Bembibre, el cielo se abre en un azul luminoso y las nubes son por el momento sólo una corona laureada sobre las montañas. En el lugar de la cita, hay ya un grupo de gente, reunido en torno a los miembros de Aragonito Azul. Algunos ataviados de pastores y pastoras; otras personas lucen sobre sus cabezas simpáticos cuernos de míticos renos, impresionantes testas de osos, rojiblancos gorros navideños de largas trenzas; incluso hay una mujer duende que se desplaza entre todos con halo de misterio, vestida del verde bosque y coronada por un puntiagudo gorro cónico que parece ribeteado por un aura extraña, como una nube de finísimas partículas acuosas, multicolores.
Después del intercambio de saludos, tras un breve trayecto en coche hasta el pueblo de Arlanza, caminamos en fila, siguiendo al guía, por un sendero que parte de las últimas casas del pueblo, y bordeando una acequia natural, nos conduce, acompañados por el sonido del agua, a través de prados de un verdor exultante, aún perlados por las gotas del rocío, hasta el bosque de Labaniego. Nuestros pies reciben agradecidos el contacto de la tierra que rezuma humedad, almohadillada de hojas, y nuestros pasos nos llevan muy rápido hasta los primeros árboles. Desde entonces, el camino se convierte en un trayecto encantado, que penetra en el bosque sin herirlo. Lo recorremos admirando la masa de robles, encinas y algún castaño, profundamente seducidos por la inmensa belleza de la naturaleza que nos envuelve, que asimilamos con sumo cuidado, como si la acariciásemos, para retener las impresiones en la eterna memoria de nuestros sentidos.
Nos deslumbra la paleta de mágicos colores, con los dorados del otoño que prolonga su retirada, el abanico de tonalidades de los verdes y marrones, entre los que despunta el gris del invierno, salpicado por el rojo de la rosa mosqueta y algunos islotes amarillos que afloran cerca de los bordes del sendero. Aspiramos el aroma a tierra húmeda, mezclado con el ácido efluvio de las hojas fermentadas en el suelo y el acre olor denso a madera añeja y viva. Nos acompaña el canto del invisible pájaro, solista virtuoso, acompañado por la sinfonía susurrante del río Noceda y el murmullo de la brisa agitando las ramas. Los troncos esbeltos de los árboles, son abrazados por musgos y líquenes, que ondean como cabellos sedosos y resplandecientes. La alfombra de hojas cada vez más mullida, recibe acogedora nuestros pasos, que se hunden en ella igual que nuestro espíritu se funde con el entorno, subyugado por tanta belleza. La retama se abre en algunos claros, y nos sorprenden pequeñas laderas escalonadas de piedras musgosas, que desembocan luego en tupidas zonas de troncos estrechos, fibrosos, como una frontera invisible hacia el espacio de la magia, que no invadimos, temerosos y prudentes, por seguir la senda, pero que sin duda existe, ahí, en la penumbra, anclada en el pasado que se hace presente, guardando los secretos del tiempo en esa otra realidad.
Con algo más de la mitad del trayecto andado, comienza la lluvia, con ligero sonido al principio como tenues lágrimas del cielo, para hacerse luego más y más espesa. Cuando llegamos a las ruinas del antiguo monasterio de San Fructuoso, el aguacero es tan intenso, que el aire es una cortina de niebla densa y acuosa, difuminando la imagen de los muros de piedra, que aún escasos y en ruinas resisten orgullosos, heridos pero no muertos, mudos testigos de su antiguo esplendor, pero la naturaleza avanza inexorable, y los cubre de maleza, incluso, en medio de una de las vallas de piedras, crece un árbol.
Terminamos la travesía, empapados de agua y sensaciones, en la bocamina “La Canalina”. En la gruta, a pesar de la intensa lluvia o quizá también por ella,  disfrutamos de la contemplación del original y artístico Belén y rendimos culto a Santa Bárbara, apretujados en la cavidad o cobijados bajo los paraguas, compartimos sonrisas, ligeros lamentos por el tiempo inclemente y posamos para las fotografías. Se estrechan entre los asistentes los lazos de amistad y camaradería. Los organizadores, dadas las anómalas condiciones meteorológicas, han decidido que nos traslademos a la “Casa del Pueblo” de Labaniego, donde nos refugiamos y cómodamente instalados asistimos al acto de la  entrega de premios del concurso.
El presidente de la organización da la bienvenida y es tan habilidoso en el manejo de las palabras, como a buen seguro lo será en el de las rocas. Agradece a los presentes la asistencia al acto, la participación de los que han concurrido al certamen y la labor del jurado. Se muestra satisfecho por la cantidad de gente que hemos asistido, a pesar de coincidir el horario con la manifestación que se realiza en Ponferrada por el futuro de la comarca, pero reivindica con total fundamento que lo que hacemos hoy aquí es otra forma de protesta, de afianzar nuestro patrimonio, apostando por el futuro con una de las mejores armas: la cultura. Fruto de esta iniciativa quedará reflejada para toda la vida en estos relatos parte de la historia de la minería. En su mente y en el ánimo de toda la Asociación está el realizar esta actividad en años sucesivos, continuando con el Certamen. Lanza al aire demandas de ayuda a las instituciones y a quien quiera hacerse eco, para conseguir esto, y para hacerse con una imagen de Santa Bárbara, aunque sea en madera para poder llevarla cuando se realice la ruta. Además de pedir ayuda, ofrece la colaboración de la Asociación Aragonito, que como siempre, está dispuesta a prestarse para cualquier actividad que le propongan y en su mano esté.
Se realiza un sorteo entre los números de los tiques que todos hemos adquirido para la comida, cuyo importe será destinado a sufragar los gastos de esta y el sobrante se donará a la Asociación Española Contra el Cáncer. Los premios del sorteo son unas pequeñas esculturas de piedras, rocas o minerales, como mejor gustemos en llamarles, aunque no está mal denominarlas piedras, según dice, ya que a ellos les llaman “piedrolos”.
Otro miembro de la Asociación da lectura al acta del jurado que refleja el resultado del Certamen. Se realiza la entrega de los tres primeros premios y de  los diplomas a los participantes presentes en el acto, que como dice el presidente de Aragonito Azul, con palabras cargadas de razón, a su juicio, son todos ganadores. Y como colofón, el presidente del jurado, Eduardo Keudell, lee emocionado y de forma emotiva, el relato ganador: “Negro”, envolviéndonos a todos, durante unos minutos, en la magia del texto, logrando comunicarnos todo el sentido y las sensaciones del mismo, terminando su lectura con un espontáneo: ¡muy bueno! que todos celebramos con un contundente y prolongado aplauso liberando la emoción contenida en el ambiente.
Terminado el acto, mientras los asistentes se unen en saludos y felicitaciones, abandono  el salón. Son cerca de las dos de la tarde, pero la lluvia tiñe el día de una densa oscuridad, gruesas gotas repiquetean en las pizarras de los tejados y el velo de agua se desliza mansamente por la piedra de las casas y la pendiente de las calles. En lo alto de la escalera exterior de piedra, que desciende desde la puerta del salón hasta la calle, cuando me dispongo a abrir el paraguas, de repente un relámpago esmeralda rasga la negrura del aguacero, ascendiendo desde el bosque, en la ladera del monte que linda con las casas, hasta el cielo tupido de gris. En el lugar de donde partió el fulgurante destello, veo aparecer a la duende verde, saliendo de la fronda boscosa, que desciende muy despacio la pendiente, con los brazos ligeramente separados del cuerpo, rozando con sus dedos las ramas y las rocas que sobresalen de la tierra. Pasa a mi lado ensimismada, sin verme, murmurando con sus labios una letanía ininteligible, y se pierde calle abajo entre las casas del pueblo. De inmediato la lluvia cesa y en el lugar donde el relámpago tocó el cielo se abre un claro azulado, que se extiende en pocos segundos hasta cubrir todo el valle de un azul brillante y transparente, iluminado por un sol espléndido. Comienza a salir la gente del salón y comentan sorprendidos y contentos el giro repentino, que contra toda previsión ha dado el tiempo. Ha quedado un día maravilloso, primaveral.
El numeroso grupo de los asistentes, nos repartimos entre la calle, donde es un gran placer disfrutar los rayos de sol, y en la parte baja de la casa del pueblo, en la cual, poco a poco, todos vamos entrando. Hay un aroma a comida, entrañable, nutriente,  que nos remonta a celebraciones familiares. El cocinero y pedáneo del pueblo, que realiza una encomiable labor para rehabilitarlo, como maestro de ceremonias da los últimos toques a la gran paella y se respira un agradable clima de charla, risas, saludos y aunque dada la hora, el apetito apremia, con toda tranquilidad esperamos turno para ir recogiendo los generosos platos de paella, sabrosísima. Y en este abigarrado salón, mientras comemos, charlamos y sonreímos, formamos un todo armonioso, que como si de un organismo único se tratara, percibe de forma nítida, que la felicidad existe y hay instantes como este en los que se hace corpórea y quedan para siempre impresos en nuestra memoria.
Después de la comida, con los estómagos satisfechos, aún hay hueco para un reconfortante café, que espanta la sombra de la siesta y hasta para la queimada, hecha con todos los honores del “conxuro”, disfrutada por nuestros paladares agradecidos, entre anécdotas, un poema y cuentos espontáneos, que llenos de humor y amistad, despiden de forma imborrable una maravillosa e intensa jornada.  
Abandonamos el pueblo de Labaniego y ya en la carretera, la mirada se pierde a lo lejos en el hermoso horizonte teñido de crepúsculo, donde aún ondea el azul de la tarde orlado por nubes rojizas de formas caprichosas, iluminadas por los rayos dorados que irradia el sol desde detrás de las montañas, prolongando la despedida de un día tan magnífico. Se expande en nuestro espíritu un poso de tristeza por el final de la aventura, pero se desvanece pronto pensando en la próxima. El tiempo seguirá rodando imparable y ya no estaremos quizá los mismos. El certamen se hará mayor, irá creciendo, y en el centro, la Asociación continuará inmersa en su labor callada,  por “entretenerse”, como dijo el ganador del primer premio, cuando le preguntaron en una entrevista por la tarea de varios años componiendo los mosaicos romanos que exponía: ¡menudo entretenimiento!
La Asociación Mineralógica Aragonito Azul sustenta esa generosidad de dar y la gratitud de recibir, cultivando los bienes más valiosos e imperecederos: la cultura, el arte y la amistad. Abonados por la humildad, hacen algo distinto, que cala en la gente, sostiene nuestra tierra, y alimenta la esperanza de que el mundo y nosotros mismos seamos un poco mejores. Así a veces, como ha ocurrido con  este proyecto los sueños se hacen realidad.





NEGRO


Allí, como en otros lugares del Bierzo, se vivía de la antracita que se extraía de las
minas, y lógico es, que el destino de una cuenca transitara unido irremediablemente
al negro. El cantar de los martillos neumáticos, el ajetreo de los lavaderos, las
montañas de carbón eran, la vida diaria, el emblema del pueblo.

Las infancias transcurrían entre estufas negras que caldeaban las escuelas,
manchas de tinta, dictados interminables en los que irremediablemente surgía lo
minero y pizarrones negros en los que se copiaban mil veces seguidas…carbón se
escribe con be, hulla con hache, vagoneta con uve…y por mucho que se empeñaran
en las Primeras Comuniones en vestirlos de blanco los sueños de un niño se
limitaban a un papel de estraza y a un carboncillo para pintar sobre los cielos pardos
del papel extraños arco iris negros.

Las viviendas encaladas por el polvo negro del carbón estaban rodeadas por
escombreras en las que las vagonetas tiradas por mulas vertían el estéril de los
transversales y las guías. Las laderas estaban sembradas de pequeñas minas de
montaña, de chimeneas de ventilación caladas al exterior, de pozos planos por los
cuales se bajaba en carruchas, la madera de entibar y se subían las vagonetas
cargadas de antracita brillante. Las aguas bajaban negras.

Madre vestía de negro y de noche, casi a juego con aquella cocina que mantenía
encendida a base de recogedores colmados de antracita. En ella preparaba las
sopas que padre desayunaba antes de salir para el tajo, y de tiempo en tiempo le
pasaba la piedra puliéndola con esmero. Vestía de negro por su padre, mi abuelo,
que se había ido con los pulmones carcomidos por la muerte negra, como le
llamaban algunos, la cual lo fue sumiendo en una lenta asfixia hasta que casi
voluntariamente dejó de respirar para evitar aquel continuo sufrimiento.

A padre el carbón le corría por las venas y le marcaba la piel con cicatrices y
recuerdos. El negro se alojaba en las heridas, en las entrañas, en los poros, y ya no
había estropajo alguno que pudiera sacarlo de allí dentro. Menudo e inquieto, padre
llevaba la rampa y el testero tatuados en su cuerpo, en ese cuerpo que un día acabó
aplastado bajo aquel costero que rompiendo bastidores y puntalas cayó sobre él
para cubrirlo con el más oscuro de los negros.


 


Jesús Antonio Martínez Lombo


Así son las cosas y así se las hemos contado

No hay comentarios:

Publicar un comentario